
A mi madre, maestra de escuela y ávida lectora, no le hacía gracia Simón Bolívar. Más bien simpatizaba con aquellos a quienes llamaba en broma También protagonizada por (otros personajes principales) de la película.
Sobre todo con aquellos héroes o villanos que, habiéndolo dado todo en la Guerra de la Independencia y mereciendo alguna diferencia con sus descendientes, no se han ido.
Así, sobre Manuela Sáenz, mi madre colocó a Pepita Machado, que comía verdura viviendo de fuga en las Antillas con el Libertador. Murió de vómito negro en un lugar desconocido de los llanos venezolanos, mucho antes de Boyacá.
Por encima del Mariscal Sucre, colocó al impecable y siempre desconocido López Méndez, un arruinado aristócrata de Caracas que está siendo sacado de la prisión de deudores del banquillo del rey para convertirse en un engañoso reclutador de mercenarios irlandeses y oficiales ingleses sobrevivientes en Waterloo.
Fue mi madre, a su manera, quien me enseñó a odiar el bolivarianismo, la pervertida «escatología ambigua» como la llamaba el venezolano Luis Castro Leyva, el gran historiador de las ideas. Una suma de artimañas patrióticas que en el pasado sólo sirvieron a fines políticos.
La denuncia de la manipulación del pasado es una de las tareas más nobles que un intelectual latinoamericano puede proponerse en nuestro tiempo. Esto es exactamente lo que han logrado el historiador argentino Carlos Malamud y el historiador venezolano José Rodríguez Iturbe, cada uno en su campo.
en su libro El sueño de Bolívar y las manipulaciones bolivarianas (Alianza, 2021), Malamud desmiente la idea errónea de que “América Latina no se ha integrado porque el imperialismo yanqui y las élites conservadoras no lo permiten”. Su convincente investigación destaca cuán falso es afirmar que Bolívar no vio la independencia de su país como su objetivo final, sino la integración latinoamericana, como imaginaba Alba.
Rodríguez Iturbe, por su parte, aborda el pensamiento político del Libertador en su libro. Bolívar y el nacimiento de la patria criolla: una elipse de contradicción (Editado por Alfa, Málaga, 2022).
Lo escribió aquí en Bogotá, donde vivió exiliado durante muchos años durante la cuarentena provocada por la pandemia. En él, Pepe -como le llaman sus amigos y él mismo- explica detalladamente los desastrosos esfuerzos por concretar autoritariamente los postulados de la Constitución concebida por el libertador para Bolivia y, tal vez, de paso, para todos nosotros.
A sus 82 años, Pepe ha escrito y publicado numerosos artículos sobre pensamiento político desde que se licenció en derecho en la Universidad Central de Venezuela a principios de la década de 1960. yo para hablar de dos Pepes.
Al primero lo conocí en Caracas, en los años 70, en la casa de César Miguel Rondón, el autor de los principales libro de salsas. Los padres de Pepe y César Miguel fueron ambos parlamentarios, uno de ellos socialdemócrata y el otro copeiano, como llamamos a los representantes de la Democracia Cristiana en Venezuela.
De pergaminos de familia conservadora y figura importante de la Democracia Cristiana en la etapa democrática que descubrió Rómulo Betancourt en Venezuela, Pepe fue un destacado miembro de la juventud universitaria que, en 1958, contribuyó al derrocamiento de la dictadura de Pérez Jiménez.
Pepe llegó a ser presidente de la Cámara de Diputados de mi país, pero sin duda su exilio en Colombia fue su etapa intelectualmente más productiva.
Al poco tiempo de llegar a Bogotá, hace unos diez años, asistí a la presentación de la traducción al español de Pepe del monumental tratado de Edward Gibbon sobre la decadencia y caída del Imperio Romano. El compendio pertenece a Moses Haddas, un famoso científico estadounidense.
Pepe tradujo Haddas y proporcionó una brillante introducción publicada por la Universidad de La Sabana. Desde entonces, ha seguido dando títulos a la prensa universitaria, todos los cuales cancelan su posgrado sobre totalitarismo. Creo que su Bolívar surge precisamente de su interés por el autoritarismo, que lo convirtió en una autoridad en este tema.
El relato de Pepe sobre los años del Perú en la vida de Bolívar y sus resultados dictatoriales contiene pasajes impactantes. Uno de ellos relata la reacción de Bolívar ante un amargo artículo del francés Benjamín Constant.
Bolivar el usurpador (Bolívar, usurpador), tituló Constant su decepcionada y mordaz denuncia de la dictadura de Bolívar. Fue publicado mensajero francés en diciembre de 1828
Para Constant, nada puede legitimar el poder ilimitado: “cuando un pueblo no está suficientemente ilustrado para ser libre”, dice, “nunca deberá su libertad a la tiranía”. Comentario de Bolívar, ¿expresado en una carta a Estanislao Vergara?: “El artículo de que hablas, el más favorable de los que se han escrito en mi honor, sólo dice que mi usurpación es feliz y cívica. ¡Soy un usurpador!» Sin embargo, existe amplia evidencia de cuánto influyó en él la opinión de Constant, cuánto contribuyó a su abatimiento físico y mental.
Pepe afirma que “Bolívar tenía auctoritas antes de obtener imperium. Cuando lo hizo, los rasgos de personalismo y pretorianismo que imprimió en el poder acabaron minando trágicamente su auctoritas. […] Así alentó seriamente la patología militarista que durante dos siglos fue el más grave obstáculo en el camino directo de la patria criolla en una república como Venezuela, que nació a través del trabajo de juristas civiles, civiles y civilizados en la Capilla. Universidad de Caracas.
Pepe está trabajando duro en su próximo libro. Le pregunto de qué se tratará. Responde: “Juan Germán Rocío, Fermín Toro, Dr. José María Vargas y Cecilio Acosta. Nuestros héroes civiles».
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