Tobías Chapman: Guayabo | Opinión – Noticias de mi Pais

Dejé de verlo mucho antes de exiliarme y perder su dirección. Google No disipó mis dudas, así que si no está muerto, debe tener más de ochenta años. Y si lee este material o alguien lo comenta, Toby no dejará de contactarme. El pretérito imperfecto – «copretérito», en palabras de don Andrés Bello – no me parece fuera de lugar cuando escribo lo que recuerdo.

Chapman era escritor de oficio. Estrictamente hablando, era un escritor de televisión, como yo en ese momento. Escribió varios libros, que, nunca entendí por qué, llamó «guayabo». Me honró con confianza dándome algo para leer. No debe creerme cuando digo que estas son grandes novelas de intriga internacional. Que yo sepa han permanecido inéditos, aunque todo me dice que no para siempre.

Esto es más que novelas, así lo llamaban los anglosajones largas historias: Historias de no más de 30.000 palabras, ambientadas en la Europa de entreguerras. La trama se basa en las locas conspiraciones de los abnegados y descarriados exiliados venezolanos durante la dictadura del general Juan Vicente Gómez.

El personaje en torno al cual giraban todos los demás era un supermillonario, el ex dueño de una de las colosales concesiones petroleras que crearon las vastas fortunas venezolanas hace un siglo. Un tipo criollo irritable que tenía una mansión en Belgravia, una villa en Niza y en París se alojaba en un gran hotel. Chapman lo nombró Mariani en honor a uno de los funcionarios corruptos más obscenos de la época, inmediatamente anterior a Hugo Chávez.

La protagonista se llama Eugenia Alonso y fue una copia (apropiación también de una trama ajena) de Teresa de la Parra, mujer muy bella y sofisticada, célebre novelista caraqueña y cosmopolita, exteriormente muy rica (de hecho, de mantua ven por menos), quien, en compañía de su amiga Lydia Cabral, sagaz etnóloga cubana y rica heredera azucarera de la época de Gerardo Machado, recorre Europa en una lujosa camilla desde Cap d’Antibes hasta Hamburgo, fomentando expediciones armadas en todos los capitales contra el tirano Gómez.

Chapman viajó poco y, que yo sepa, nunca salió de Venezuela, pero la Europa de entreguerras desempeñó el mismo papel en sus novelas que el Mediterráneo oriental en las novelas de Eric Ambler, a quien muchos consideran un predecesor lejano de John le Carré.

Cada guayaba de Chapman relata la compleja operación de comprar armas, construir un barco, reclutar y entrenar voluntarios; en una palabra, se trata de financieros, soñadores y mercenarios… Y espías de la dictadura. Noches de ópera, recepciones diplomáticas y «encuentros con personajes famosos» abundan en la vida de Eugenie, como Paul Valéry, Reynaldo Hahn y el mismo George Gurdjieff.

Esta constelación literaria alimentó nueve novelas —nueve guaiabos— de Chapman. Después de leer un par de ellos, el dramaturgo y guionista José Ignacio Cabrugias invitó a Chapman a cenar a su casa una noche de 1982.

La conversación que mantuvieron esa noche fue impregnando a Cabrujas con el tiempo de la idea de fusionar el mundo de los guayabos del protagonista Chapman dentro de Conde de Montecristo convertido en Edmundo Dantès de Venezuela 1934. Resultó ser una telenovela extremadamente exitosa.Dueño—, algo que siempre le dio a Chapman, que no quería participar en el proyecto, una satisfacción muy personal.

El último árbol de guayaba de la saga de Eugenia Alonso recibió su nombre Registro y llama, y en él, Evgenia finalmente logra exponer al informante de Gómez, quien se ha infiltrado entre los conspiradores. Misteriosa e impenetrablemente, cada expedición es derrotada por el tirano Gómez, y todo acaba en muertos y prisioneros. La intriga se tuerce en un triángulo amoroso entre Eugenia, Lydia y el novio centroamericano.

En la última parte de la serie, la acción se traslada al México de Plutarco Elías Calles, donde Mariani logra armar el barco y recluta de manera fraudulenta a trabajadores de una hacienda chiclera en Yucatán para llevárselos a ametrallar. playa en el oeste de México, Venezuela, como en una película de Sam Peckinpah. El episodio se basa en gran medida en un hecho real: un ataque fallido a un barco. Arriba, en 1931.

Mientras tanto, en Ginebra, Eugenia se enfrenta duramente a Gastón de Izard, el funcionario consular de la dictadura venezolana. De Isar tiene fama de ser un poeta simbolista apolítico y marchito, y gracias a esta afirmación logró mimetizarse con los halagadores exiliados de Mariani.

Los exiliados venezolanos son unos temerarios y cuentan todo sin importarles el vicecónsul traidor. Viéndose descubierto, el poeta se suicida con una dosis de láudano para caballos, que le recetaron para vencer el indomable insomnio. Pensando en Toby Chapman, se me ocurre que sus exiliados ficticios, con todos sus fracasos, parecen mucho más consistentes, apuestos e ingeniosos que los políticos venezolanos de hoy. Casi se me olvida decir que en Venezuela la voz guayaba Coloquialmente se le llama no sólo a la resaca del alcohol, como en Colombia, sino también al mal de amores.

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