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El mundo moderno ha reducido la distancia entre los países. La facilidad de movimiento, la migración, la integración al mercado internacional, el desarrollo de la tecnología y el rápido crecimiento de los medios de comunicación están obligando a los estados a buscar las mejores condiciones para su inclusión en el contexto internacional. A menos que estemos dispuestos a optar por el aislamiento, como en el caso de Corea del Norte, es mejor asumir que nuestra prosperidad depende en gran parte de una combinación juiciosa de independencia y participación en un mundo globalizado.
La OEA es un mecanismo de integración regional del que formamos parte desde su fundación en 1948. Ayer tuvo lugar una reunión de su Consejo Permanente, en la que se decidió enviar una misión de alto nivel a Perú. Su tarea es conocer el estado de nuestra democracia y promover el diálogo entre poderes. En lugar de reaccionar con reflejos nacionalistas, es prudente aprovechar esta visita para enfrentar los desafíos que enfrentamos: la lucha contra la corrupción, la ineficiencia de la administración pública, la independencia del poder judicial, las amenazas a la libertad de prensa.
Nuestra economía también depende de cómo somos vistos. Ayer, la calificadora financiera Fitch enfatizó que nuestra perspectiva económica se está deteriorando precisamente como resultado de la incertidumbre política. Las condiciones de inversión en nuestro país y el acceso a los mercados mundiales dependen de la calificación de Fitch.
Nos guste o no, así es como funciona la economía. Si no resolvemos nuestros problemas políticos entre nosotros, pagaremos las consecuencias con más pobreza, más desempleo y más intolerancia. No hay solución sin tres simples principios: respeto a la Justicia, coordinación de programas de desarrollo, diálogo entre fuerzas políticas.
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